El arte de la obsolescencia programada

El arte de la obsolescencia programada

Noche de Champions. Juega el Philips Sport Vereniging, más conocido como PSV Eindhoven. La estampa del Philips Stadion se erige colosal, luciendo sus mejores galas. No muy lejos, la Philips Toren aguanta majestuosamente el paso de los años. En lo alto, un gran logo nos recuerda qué fue en algunos tiempos.  Eindhoven es la ciudad eléctrica, la ciudad de la luz. Así se la conoce desde que  el ingeniero físico Gerard Philipsdecidiera allá por 1891 escogerla como cuna para su fábrica de lámparas incandescentes. Aquellas instalaciones reconvertidas acogen hoy estudios de diseño convirtiéndose en epicentro de la creatividad en Holanda.  Y es que Eindhoven también es la ciudad de las patentes. No en vano acoge la milla de la inteligencia de Europa. En su High Tech Campus, más de 8000 desarrolladores, ingenieros, científicos e investigadores repartidos en cerca de 200 empresas, en plena ebullición innovadora. Entre otras, Intel, Huawei, CapGemini, IBM, Accenture y, por supuesto, Philips.

Una rápida asociación de ideas se produce en mi mente. Viene a mi cabeza una bombilla. Sí, esa bombilla. Esa que lleva encendida más de 100 años. La bombilla de Livermore. Ha lucido casi ininterrumpidamente 115 años y promete hacerlo unos cuantos más. Hace pocos años nos animaron a cambiar todas las bombillas y luces de nuestros hogares. Gastarían menos y durarían para toda la vida. Todo en aras de proteger el medio ambiente (obsolescencia ecológica). Seguro que sabe de qué estoy hablando. Y seguro que a día de hoy alguna ya habrá sustituido.  Hace un par de meses, la batería de mi viejo aspirador inalámbrico de 3 años empezó a languidecer. Armado de paciencia, un destornillador, y quizás influenciado por mi deformación profesional, me animé a sustituir su batería. Prometía ser algo sencillo, y comprar una nueva batería serían unos pocos euros. ¡Gran error! No era una batería compacta y fácil de sustituir. Estaba conformada por cuatro pilas ubicadas de forma dispersa y además soldadas al aparato. Hubo que reemplazarlo por otro nuevo. El viejo aspirador acabó en el punto limpio, con la consiguiente generación de nuevos residuos. Obsolescencia indirecta ¿le suena?

Supe que los consumibles caducaban, cuando hace pocos años mi impresora se rebeló contra mí: “cartucho caducado”. Obsolescencia por notificación la llaman. He de reconocer que una de mis preferidas y de amplio calado en la sociedad occidental es la obsolescencia psicológica: convencerte de que ese móvil que tienes desde hace ¡¿1 año?! se ha quedado viejo. Ya no sirve, y además se ve tosco y feo. Las marcas tecnológicas son expertas en esto. Mercadotecnia. La moda es otro ejemplo. Cada año cambiamos varias veces de temporada (obsolescencia estética). Los medicamentos (fecha de caducidad) y hasta los alimentos (fecha de consumo preferente).

El software no iba a ser menos. Existen varias formas de generar obsolescencia. En ocasiones, sencillamente no damos solución a un problema a largo plazo. Parcheamos, solventamos y listo. En otras, el alto consumo de recursos que se exige a las aplicaciones incorporando nuevas actualizaciones, hacen que los dispositivos se vuelvan lentos y desesperantes. Y en otras simplemente decidimos discontinuar el producto.

A veces la programación de la obsolescencia resulta descarada en algunos sectores. El componente electrónico lleva grabado de serie cuándo se terminará su vida útil. Pero no todo van a ser inconvenientes, ha habido quién ha sacado provecho de esta situación, reparando la obsolescencia programada.

No parece que haya muchas trabas a este tipo de prácticas. Algunos países han hecho algunos intentos, pero a día de hoy no existe un marco común en la comunidad europea respecto a este asunto. De hecho no existe legislación de la UE que declare en general que la obsolescencia programada sea un delito. Ni siquiera se ha extendido la pretendida etiqueta de “Producto fácilmente reparable”.

Todo esto me lleva a pensar que en vez de pensar en el ahorro energético, en la conservación de recursos, en la reutilización, y en definitiva, en eso tan de moda que llamamos cuidar el medio ambiente, se trata de lucrarse económicamente. Y aquí parece que, una vez más, las grandes empresas llevan la voz cantante.

Al menos, siempre nos quedará la posibilidad de observar cómo una bombilla seguirá luciendo cada mañana. Puede visitarla en http://www.centennialbulb.org/